Emina, 30 vendimias de vanguardia y mucho futuro basado en la innovación

El pasado 23 de septiembre, visité una de esas casas donde la palabra “innovación” no es un eslogan, sino una forma de trabajar la vid y entender el vino. Celebrábamos los 30 años de EMINA —la línea más joven, audaz y tecnológica del universo Matarromera— y lo hicimos como debe hacerse en la Ribera del Duero: pisando viña, catando en bodega y sentándonos a la mesa para comprobar que el vino, sin gastronomía y conversación, se queda a medias.

Valdebaniego: viticultura con brújula y altavoz

La jornada arrancó en Finca Valdebaniego, primera toma de contacto con Paloma Moro, presidenta de EMINA. El escenario, ribereño hasta la médula con el añadido de la vendimia con la variedad tempranillo como protagonista.

Paloma nos situó rápido en la hoja de ruta del grupo: viticultura de precisión, riego de apoyo monitorizado, reducción sistemática de fitosanitarios, biodiversidad como escudo y trazabilidad integral desde parcela. No es retórica verde: es una agronomía que usa datos para tomar decisiones pocas y buenas. Entre líneas, asoma la filosofía EMINA: la uva manda, la bodega acompaña.

Allí mismo catamos la primera novedad del día, un Albariño de Rías Baixas que marca la expansión reciente de la casa. Un blanco atlántico de libro: cítricos, salinidad, tensión de acidez bien integrada y un trabajo de lías que redondea el paso por boca sin un mínimo recuerdo de esas lías.

 

Bodega EMINA Ribera: método, precisión y una mirada a 1995

Ya en la bodega, Paloma Moro tomó el protagonismo para contar la esencia de EMINA y su historia, desde sus primeros pasos en la bodega, su salida para formarse en otros ámbitos empresariales y la vuelta para asumir el cargo de presidenta.

Después, el discurso se volvió líquido con la cata de varios vinos de la bodega: Dos espumosos que reivindican el potencial del Verdejo en método tradicional: Brut Nature y Brut Gran Añada.

El rosado Emina Rosé prestigio. Fino y muy expresivo, ya lo había catado a ciegas en mi visita a la D.O. Cigales para la sesión de cata de la guía Wine Up!. Tan bueno como lo recordaba. Terminamos con un tinto que representa todo lo bueno que tiene la Ribera del Duero.

De la sala de catas, a la bodega para catar a pie de barrica otro tinto de la añada 2024 que verá la luz pasados unos años, el vino promete una excelente evolución.

Y para terminar en bodega, el salto al origen: EMINA Crianza 1995, añada fundacional. Un vino puente entre dos épocas, todavía vivo, aterciopelado y sabroso. ¿Qué hacías tú en 1995?.

Más que una cata, fue una conversación con el tiempo: cómo empezó todo y por qué se decidió seguir por esa senda.

Un gesto para la memoria: plantar una cepa

Antes del almuerzo, plantamos una cepa. Me gustan estos rituales porque convierten la visita en acto agrario y no en mero showroom. Plantar es comprometerse con el futuro: devolver a la tierra lo que la copa nos presta. De algún modo, esa cepa será el acta notarial de esta jornada de amigos de la prensa que ya tenemos una excusa para volver.

El almuerzo castellano: armonías de territorio

La mesa fue tan castellana como la conversación: Sopa castellana y lechazo asado con más vinos de Emina que armonizan perfectamente y te hacen disfrutar.

Lo que me llevo: 30 años con fijación y determinación en las ideas

Si tuviera que resumir, diría que EMINA celebra sus 30 años siendo fiel a tres ejes:

  1. Viñedo primero: selección parcelaria, lectura fina de suelos y maduración, y un uso quirúrgico de la tecnología.
  2. Bodega al servicio del origen: fermentaciones limpias, maderas medidas, espumosos serios y una clara preferencia por la textura frente al maquillaje.
  3. Sostenibilidad verificable: hablar menos y certificar más; energías renovables, economía circular y trazabilidad que se toca, no que se promete.

Me fui con la sensación de que EMINA no compite con su pasado: lo consulta para quedarse con lo mejor y mejorarlo abrazando la innovación . Brinda por 1995 con un vino que sigue vivo, planta una cepa para 2050 y en el mientras tanto, hace vinos precisos que no necesitan gritar para ser escuchados. Así se cumplen 30 años sin perder la brújula: con la viña en el centro, la ciencia como aliada y la mesa como destino natural de cada botella.

 

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